Un colega , director de Presupuestos de Solovia, recibió la visita urgente del director de la Comisión Soloviana de Energía Atómica, quien le solicito fondos para la construcción de una bomba atómica en vista de que era inminente la guerra con el país vecino. Mi colega le dijo que no habían fondos, pues todos ya habían sido asignados. Indignado el Mariscal quiso intimidarlo colocando su pistola sobre el escritorio de mi sorprendido amigo: “¡necesito la bomba atómica para disuadir al enemigo!” Nuevamente se le respondió que no había fondos, ni dólares para ello y que tenía claras instrucciones del Presidente de la República de equilibrar el presupuesto y atacar la inflación. Muy enojado se retiro el Mariscal, no sin antes amenazar con colgarle a él y a todos sus colegas “economistas ” de los faroles de la Plaza si los vecinos invadían.
Al día siguiente, que en Solovia era festivo, estando en el hoyo 18 del Club de Golf, el Mariscal recibe la visita de mi amigo, quien le dice: “Tengo el agrado de informarle que los fondos para la bomba están disponibles para su uso mañana mismo”. Muy feliz el Mariscal lo convidó a compartir con él, el agradable y tradicional 19, diciéndole de un modo muy jovial y paternal: “oye chiquillo, espero no hayas tomado en serio la broma de que los colgaríamos en el evento de una guerra, pues no querría que ello te haya llevado a hacer algo incorrecto”. Muy seguro de si mismo aunque sintiéndose algo insultado, mi colega respondió: “No se preocupe Mariscal. Sucede que ésta mañana recibí un telex de nuestro representante del Banco Mundial, donde me informa que acaba de aprobar nuestro crédito para la construcción de un Hospital y 30 consultorios a lo ancho del país, gasto que ya estaba financiado por la Ley de Presupuestos; por lo tanto, ello me liberó los fondos para la bomba”
La otra historia se refiere a la experiencia de un empresario agricultor en Bisnacalandia. Una mañana, tomando el desayuno con su esposa en la casa patronal, ella le manifiesta su deseo de ir Europa, pues hace ya varios años que no lo hacen. El marido - que si el lector lo prefiere puede ser un industrial y no un agricultor—le responde: “Mijita, no podemos hacerlo aún. Nuestros ahorros y utilidades que obtuvimos el año pasado por las buenas cosechas y precios de las biscacas, lo tengo comprometido en la orden que puse para una cosechadora. Los intereses están muy altos y creo que no nos conviene endeudarnos para algo tan frívolo como lo es ir a Europa”. La señora, muy enojada por el “economismo” de su esposo, se encierra en el baño.
A las pocas horas regresa del pueblo, más temprano de lo habitual y cariñosamente dice a su esposa: “Mijita, aquí tiene las reservas confirmadas para nuestro próximo viaje a Europa”. Muy amorosa le dice: “Espero no haya pensado que me había enojado tanto. Usted sabe como lo quiero y que siempre me hubiera comportado como una eficiente, leal y amante esposa suya aunque no me hubiera dado en el gusto de ir a Paris”. Algo resentido por el hecho de que su mujer hubiera pensado que él solo reaccionó a su amenaza, le contesta: “Claro que no. Lo que pasó fue que al comprar el diario vi que el Ministerio de Agricultura anunció que había creado una línea de crédito muy subsidiado para la compra de bienes de capital del sector, con ello pagaré la cosecha y liberaré lo fondos para ir a Europa e incluso mijita, cambiar el auto”.
¿En dónde han ocurrido historias similares?, ¿Qué financió el crédito subsidiado de desarrollo agrícola, la cosechadora o los lujos de la familia?
Tomado del libro “Evaluación Social de Proyectos” del Doctor Ernesto R. Fontaine
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