La
población mundial crece aceleradamente, al grado que se estima que en el año
2030 se necesitará de dos planetas Tierra para saciar la demanda de recursos,
incluida el agua, de esos miles de millones.
A pesar de que tres
cuartas partes de la Tierra están cubiertas de agua y algunos estudiosos
inclusive afirman que debería llamarse planeta agua en lugar de planeta Tierra -debido
a esa abundancia de agua por sobre tierra firme-, la situación con respecto al
recurso hídrico no es muy optimista y beneficiosa para los más de 7,000
millones de habitantes del orbe.
Esto debido a que,
según datos del Reporte de Desarrollo Humano del 2006 del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), de esas tres cuartas partes del
mundo formadas por agua, el 97.5% es agua salada. Es así, que si se llevara esa
proporción a una cubeta de agua, una tan sola cucharada correspondería a agua
dulce, por lo que su potabilidad estaría en serio cuestionamiento.
La escasez de agua afecta
ya a todos los continentes. De acuerdo con la Organización de las naciones
Unidas (ONU), cerca de 1,200 millones de personas, casi una quinta parte de
la población mundial, vive en áreas de escasez física de agua, mientras que 500
millones se aproximan a esta situación. Otros 1,600 millones, alrededor de un
cuarto de la población mundial, se enfrentan a situaciones de escasez económica
de agua, donde los países carecen de la infraestructura necesaria para
transportar el agua desde ríos y acuíferos.
Es así que, la falta de
agua constituye uno de los principales desafíos del siglo XXI, al que se están enfrentando ya numerosas sociedades de todo el mundo. A lo largo del último
siglo, el uso y consumo de agua crecieron a un ritmo dos veces superior al de
la tasa de crecimiento de la población y, aunque no se puede hablar de escasez
hídrica a nivel global, va en aumento el número de regiones con niveles
crónicos de carencia de agua.
El agotamiento del
recurso hídrico es un fenómeno no solo natural sino también causado por la
acción del ser humano. Hay suficiente agua potable en el planeta para abastecer
a los 7.000 millones de personas que lo habitan, pero esta está distribuida de
forma irregular, se desperdicia, está contaminada y se gestiona de forma
insostenible.
Habitualmente,
los hidrólogos miden la escasez de agua a través de la relación agua/población.
Una zona experimentará estrés hídrico cuando su suministro anual de agua caiga
por debajo de los 1.700 m3 por persona. Cuando ese mismo suministro anual cae
por debajo de los 1.000 m3 por persona, entonces se habla de escasez de agua. Y
de escasez absoluta de agua cuando la tasa es menor a 500 m3.
Según
el Reporte
de Desarrollo Humano del 2006, del PNUD, un europeo usa aproximadamente 200 litros de agua al día y un norteamericano utiliza 400 litros.
Estos consumos desproporcionados contrastan con la situación en otras
áreas del mundo donde no existe conexión directa de agua potable a los hogares
y el consumo debe ser racionado por la escasez física y económica para tener
acceso al recurso.
Como quiera que se vea, el problema de acceso a
un recurso que pueda parecer inagotable por la aparente abundancia en el
planeta requiere de políticas gubernamentales, y la responsabilidad de los
habitantes del mundo en la adopción de medidas de preservación del recurso
hídrico, pues mientras tanto la población seguirá aumentando hasta el grado que
en el 2030 se necesitará de dos planetas Tierra para sustentar la demanda
mundial de ese momento en todos sus recursos, entre los que se encuentra el
agua, de acuerdo con el informe de Planeta Vivo, del 2010, del Fondo Mundial
para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés).
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